Ella caminaba por la calle saliendo
del metro Tepito. Tepito no me gusta; tiene un aire como cruel, como sucio, la
gente te ve; trata de reconocerte, todos están espantados, yo también. Pero
ella iba sin miedo, parecía que conocía el lugar, yo me le acerque, le pregunté
su nombre, ella abrió los ojos, me sonrío, dijo su nombre –del cual ya ni
acuerdo, tal vez sea “Mary”, no lo sé-, el asunto a tratar es que ella me tomó
de la mano y me dirigió a un lugar y mientras eso pasaba me hablaba sobre quién
era ella, a qué se dedicaba, y a dónde iba; me quedé impresionado, yo le
respondí las mismas preguntas, ambos nos vimos como personas diferentes, no nos
reconocimos en nada, pero nuestros ojos no dejaban de mirarse, y nuestras
sonrisas de inquietarnos. Llegamos a donde ella quería, pero antes me detuvo y
dijo:
-aquí te me quedas, en un momento
salgo-.
-Si, está bien- le respondí. En ese
momento se dirigía a una casa, afuera había como seis hombres, todos rapados y
oliendo a tiner. Yo sabía que iba por droga.
Mi cara era de asombro, todo era
normal; la gente los reconocía, veía en ellos familiares, amigos de la
infancia, amores inconclusos. Por su parte ellos veían conocidos; gente a la
que se debe de cuidar, de la cual confiar. Por otro lado la miseria; dos niños sucios
totalmente desorientados hacían cola para entrar en la casa, rostros tristes
sin ánimo y sin pasión. Pensaba en irme pero algo me contuvo; la esperé, ella
me no me dejaba irme, nadie me detenía, podía irme si quería. Ella salió, traía
un rostro gracioso, risueño, incluso coqueto y sin futuro; si uno la viera
creería algo diferente, creería que es de buena familia, que se sabe vestir,
que es guapa, pero creo que solo era la apariencia.
-¿Quieres un poco?- me preguntó.
-No, estoy bien, gracias. Qué linda
eres- le dije mientras la llevaba del brazo hacía donde ella caminaba. Yo creí
que estaba desorientada, pero no era así, nos dirigíamos al metro Garibaldi,
caía de vez en vez, y yo la levantaba.
La gente nos miraba, no era usual un
show como el que dábamos; dos guapos jóvenes atraídos el uno con el otro,
encontrados en mundos diferentes, la gente nos veía y sabía que las
posibilidades eran infinitas; ella drogada, andando de mi mano, hablándome al
oído, yo consintiéndola, sorprendiéndola, comprándole lo que quería, ella se
sonrojaba y aceptaba los regalos.
-Me enseñaras a nadar, yo no sé nadar,
me dijiste que tú sabías. Yo no sé nada, terminé la secundaría y me salí. Mi
hermano está en la secundaría, se llama Diego. No lo he visto desde hace… no
sé… tres años, mas o menos. Y tú, ¿tienes hermanos?- Me dijo ella, me detuvo, y
me miró a los ojos.
-Si, tengo dos. Pero son de otro
padre, me crie con ellos, son como mis hermanos-.
-Tú eres lo que hace falta, un chico
lindo y tierno, soy mayor que tú, y parezco más grande. Te llevo, ¿Cuánto
habíamos dicho?-
-Solo tres años, pero no te fijes.
Eres muy guapa. Dame tu número…-
Ella cayó por tercera vez, era tiempo
de crucificarla; habíamos llegado al metro, que no era Garibaldi sino Morelos.
Me acerqué a la taquilla compré muchos boletos y todos se los di. Ella me dio
un beso, sabía fuerte, a toxico y a muerte.
-No te daré mi número, te doy mi
dirección, las vecinas no me quieren pero no pasa nada, a ti no te harán daño-
me dijo mientras entraba al metro y me dejaba ahí.
-¡Espera! Dame un boleto, no puedo
entrar- le grité
-Adiós, hasta luego-
Me quedé ahí, la vi subir las
escaleras, tambaleándose y sudando, era mejor así, para qué esforzarse, nunca
tendríamos la oportunidad de algo. Di la vuelta, alcé mi brazo y tomé un taxi.
No he ido a Tepito desde aquella vez, tal vez regresé, pero no espero nada
bueno de mi visita, ni lo esperaré.
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