“...todo
se transfigura y es sagrado,
es
el centro del mundo cada cuarto..”
-Octavio
Paz, “Piedra de sol”
Los
señores van con los caballos, las señoras caminando llevan a sus
espaldas a sus bebes y los niños les ayudan a cargar la comida. Un
bosque de pinos no es lugar para sauces, no los dejan vivir porque
son muy grandes, el sauce necesita sol, y los envidiosos pinos no
dejarán que ninguno de ellos se vean por la región, pero a nadie le
importa, ni a los niños que juegan en el río, ni a las mujeres que
empiezan a hacer fogatas, los hombres han desaparecido, de vez en
cuando se oyen ruidos; ramas que se cortan, pasos de caballos, voces
de hombres, hasta que aparecen la vaca corriendo cruzando el río,
rompiendo la luz del sol, espantando a los niños y siendo lazado por
los hombres a caballo. Todo pasa rápido; la escena se ve apacible,
sencilla y humilde, pero las manos de los jinetes sangran, los pies
de las mujeres duelen, los rostros de los niños son sucios y los
bebes lloran, parece sencillo, pero no lo es. Por qué no hay
jóvenes, por qué las señoritas no aparecen ayudando a sus madres,
porque están ocupados, pero en qué, nadie responde. La escena
sigue; toman a la vaca por la patas y lo suben a un árbol, cuando ya
esta bien arriba y de cabeza un cuchillo le quita la vida atacándole
la yugular; la sangre le sale, le ponen vasos en su salida de sangre,
los hombres la beben, algunas mujeres se acercan y beben, guardan lo
que no se toma porque de ahí hará “la moronga”. La piel de la
vaca es sacada con un cuchillo afilado, otro señor empieza a cortar
pedazos de carne y al terminar se lo da a su mujer, ella a su vez lo
pone en el fuego y le pone sal. Las demás mujeres preparan
tortillas y verduras para la carne. Los niños quieren ver a la vaca,
la tocan, los adultos le sacan el corazón y se lo muestran a los
niños. Un poco de sangre cae al rió pero solo un poco, esta sangre
baja por él, choca con las rocas, una y otra vez, todo el tiempo, y
el río se limpia, solo un poco de sangre quedara prendida en la piel
de la joven, que junto con otros jóvenes disfrutan del río; en esa
parte del río no hay adultos, no hay niños, ni comida, ni vacas,
solo unas pocas cervezas, que están ubicadas dentro del río para
que no se enfríen. Los jóvenes tratan de bañarse y jugar con
ellas, con las mujercillas de cuerpo cambiante, pero ellas se
resisten, tienen todo que perder, ellos las miran y se señalan, se
escogen, se hablan, no hay individuos, hay orgías; de olores, de
pensamientos, de palabras, pero falta el cuerpo. El ritual es simple:
vas al río, entras como a la mitad, una chica se acerca, platican y
si lo convienen irán fuera del río y harán el amor en otra parte.
Algunos ya lo han logrado, son torpes, pero lo compensan con fuerza y
calor. Pero el río continua, el olor de la excitación va sobre él,
llega a un lugar apartado, lejos de de la gente, un hombre extraño
le toma un segundo acercarse al agua y beber de él, le supo
deliciosa, después de trabajar era lo mejor del día, él trabaja en
el aserradero y hoy se encuentra solo, caminando a un lado de río,
la noticia le ha llegado; su madre murió en la mañana y se pregunta
si tal vez sea posible cambiar su vida. Pero el río continua, llega
a una laguna, en ese lugar hay yates, veleros, lanchas y kayaks, es
lo mas cercano a nadar con dinero, pero nadie nada en la laguna, solo
se asolean los cuerpos perfectos y bien nutridos de los turistas
paseantes. Pero el agua no se contiene ahí, una tubería la dirige
lejos, muy lejos, llega a un lugar en donde es tratada y se la envían
a toda una ciudad, la gente de esa ciudad distribuye perfectamente
sus recursos; lava su ropa, lava su carro, lava su cuerpo, su patio,
todo lava, todo está limpio. En la mañana, un barrendero tiene una
porción de agua para limpiar el zócalo de la capital de México, la
utiliza con maestría, pone una gota, gotas exactas, de arriba hacia
abajo, una botella de seiscientos mililitros le alcanza, todo es para
él un arte, de lado a lado, de arriba a bajo, su obra terminada es
espectacular, terminada parece como si la noche anterior hubiera
llovido, pero llovido bien, bonito; su obra terminada hace parecer
escuálidas las calles de la capital, mas escuálidas de lo
acostumbrado, la gente respeta su obra, la admiran. Las calles, la
calle, su calle, sus calles, todas se callan en un segundo y miran al
barrendero, ellos no se quedan atrás, no se quieren quedar atrás;
los vendedores salen con sus escobas, raspan y raspan, gastan y
gastan, ese privilegio de tener en las manos el agua, lo enjabonan,
lo ensucian, para que todo quede limpio, no aprenden, no aprenden,
después de haberlo visto todos días; solo una botella se necesita.
La plancha del Zócalo es humilde, en cambio el ostentoso palacio de
Bellas Artes se bambolea y le recrimina, se gastan mas de una cubeta,
mas de un río todos días, pero vale la pena, es hermoso. El agua
del río aquel, ha viajado como nunca, se diversifica, se transforma,
termina siendo receptor de lo indeseable; la mierda de la gente de
toda la ciudad, la tercera más poblada del mundo, pero vale la pena,
es hermosa, incluso si solo es un momento, un día soleado bien
plantado mas... mas... bailarín, porque baila con nosotros cuando
jugamos y nos mojamos en las fuentes cercanas al Monumento a la
Revolución cuando nos escapamos de escuela, cuando lo miro más,
como nunca había visto a nadie, sus risos caen con el peso del agua,
su ropa se le pega al cuerpo y su fornido cuerpo aparece, él me toma
y me besa, me sonrojo, un chorro de agua nos golpea y reímos, le
tomo los cabellos, me excito, es mas bello que yo; una anciana que
pasa por ahí nos ve, le repugnamos y nos reímos de ella, en ese
momento me acuerdo de cuando me mojé pero no con él, cuando nos
mojaron con otro río, cuando fuimos al centro de Coyoacán;
estábamos en el mercado de artesanías, exactamente en la parte
trasera, ahí hay unas escaleras; estábamos juntos, ella me dejaba
tocarle sus senos, pero yo no lo hacía, la dejaba bailotear y
excitarse, me reía por dentro, pensándolo bien eso ya no importa,
esa es otra historia, eso es materia de otro río, de un río como
otro, como cualquiera, no como el mío; el de hoy proviene de la
tierra, nace hoy, muere hoy, el agua de mi río es del manantial;
puro, simple y cor rompible. Aunque sea la primera o la tercera o
cuarta vez -no importa-, que alguien halla puesto su piel en mi agua.
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