El
hermoso conejo se escondía entre la maleza, sabía que el zorro lo había oído,
silencioso intentaba caminar, el zorro lo había perseguido desde hace casi una
semana, incluso para el zorro era extraño no haberlo atrapado, se empeñaba en
tenerlo entre sus fauces. Eran momentos de tensión, por su parte ambos animales
se sentían perfectos; en buena condición para una persecución, sabían que el
primero que cometiera un error sería el desencadenador de algo que era
inevitable. El zorro no alcanzaba a olerlo, ni a verlo, sabía en que dirección
estaba, gastar energía no era buena idea, no se movió y siguió esperando, todo
lo que pasaba en su mente era en no hacer ruido; se alcanzaba a oír todo; desde
la hoja que caía al suelo para ser parte de la hojarasca, el corazón al palpitar
de los colibrís y de su lengua succionando el néctar de las flores, el rio mas
lejano se oía con la intensidad de una cascada, pero no el zorro y el conejo.
Ellos estaban perdidos entre la inmensidad de sus propios cuerpos, sin verse se
sentían. La pata del conejo apretó hacia una roca la mitad de una hoja y se
rompió haciendo una abertura de casi dos milímetros; la persecución empezó; el
zorro se lanzó por encima de la maleza, el conejo al verlo le pasó por abajo,
el zorro en el aire cambió su dirección retorciéndose, parecía increíble,
cuando el zorro estuvo en el suelo las patas se agazapaban lo mas posible hacia
el piso, lo mismo hacía el conejo, sus cuerpos permanecían estáticos; con las
cabezas y orejas afilándose como una flecha, mientras que sus patas parecían
desaparecer mientras corrían. El conejo zigzagueaba, pero el zorro permanecía
lo más recto posible, ambos corrían en la inclinaba pendiente del cerro, el
zorro mordió la cola del conejo y este calló, el zorro tenía ganada la batalla,
al regresar por su presa se dio un golpe en la pata y también callo, trató de
reponerse en el aire pero le fue imposible, la pendiente era mas inclinada de
lo que él había pensado, cuando alzó la cabeza y vio que el conejo continuaba
corriendo, se le había escapado de nuevo. Su pata le cojeaba un poco, si no se
le repone pronto será la muerte para el zorro, la zona en la que estaba olía a
lobo, no era buena idea mantenerse ahí, pero puso la pata en el piso unas tres
veces y ya no le dolía, el conejo se había ido, su olor lo tenía bien marcado,
lo atraparía en tres días, así que tomo agua de un charco cercano y buscó un
ratón, fue rápido y alcanzaría para atrapar al conejo, corrió tras él como si
lo estuvieran persiguiendo, cuando la noche llegó se quedo a dormir en un
tronco hueco, los lobos andaban por ahí, había identificado a la manada, por lo
general cazan animales grandes y es
temporada de venado, pero los hambrientos “omegas”, que son los lobos de menor
rango, persiguen por su parte a pequeñas
presas para no morirse de hambre, ya que son los únicos que comen después de
que todos comieron. Pero no hubo temor
esa noche, la luna estaba oculta tras muchas nubes y todo era oscuridad, se
escuchó como la manada cazó un animal y si el “omega” no estaba presente no le
dejarían nada, el zorro pudo dormir tranquilo, durmió poco pero no demasiado
para ir cansado y continuó su caza, el olor del conejo era intenso, se olía su
temor, hubo avanzado bastante pero vio un poblado, el olor del conejo indicaba
que había terminado en aquel lugar, el zorro, que es muy desconfiado y temeroso
no supo qué hacer. Todavía no había amanecido. Una mujer tenía en su pecho al
conejo, le había curado la cola y la pata, el conejo se sentía intranquilo pero
la mujer lo acariciaba una y otra vez, el zorro observaba todo esto, continuo
observando cada vez mas de cerca, la mujer llegó a su casa y la abrió, antes de
que cerrara la puerta el conejo observó los ojos del zorro, su mirada era de decepción.
“La
pena y la que no es pena llorona… todo es pena para mí”
La mujer cantaba y
cantaba la canción, la cantaba en su lengua y en español, al conejo le gustaba,
porque ella se la cantaba a él. El zorro se sentía triste y un poco envidioso, los
miraba y de mirar nunca se cansaba. Un día la mujer fue al río, le había
amarrado un lazo al conejo y lo amarró en un árbol, ella estaba desnuda, el
zorro se acercó al conejo en un intento decidió comérselo, pero tenía que
cruzar el rio, la mujer que se estaba bañando alcanzó a verlo, se dirigió al
conejo y el zorro iba hacía él, la mujer era hermosa, desnuda con su cuerpo indígena
asustó al zorro. Una marimba se oía a lo lejos, la mujer se acordó de su
desnudez y se vistió, el zorro estaba sigiloso, viéndola a los ojos, ella no le
daría al conejo, un caballo y un jinete se acercaron, después fueron mas y cada
vez mas, todos con riata y sombrero, unos se bajaron y pusieron a la mujer en
el piso, ella apretaba al conejo, un jinete acarició al conejo y le sonreía a
la mujer, ella estaba asustada y el jinete la besaba, el conejo fue echo a un
lado y el zorro corriendo lo atrapo y huyó, la mujer señaló al zorro y el
jinete con su pistola lo mató. El conejo salía de sus fauces sin levantarse. El
jinete dijo: “Cuando todos acabemos si quieres te llevas a tu conejo, lo
cuidaremos, y a ti también”. El conejo continuaba sufriendo, el zorro había
encajado sus dientes en él y este se desangraba. La mujer miraba a su conejo y
el rio era hermoso
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