martes, 10 de abril de 2012

Huipil


El hermoso conejo se escondía entre la maleza, sabía que el zorro lo había oído, silencioso intentaba caminar, el zorro lo había perseguido desde hace casi una semana, incluso para el zorro era extraño no haberlo atrapado, se empeñaba en tenerlo entre sus fauces. Eran momentos de tensión, por su parte ambos animales se sentían perfectos; en buena condición para una persecución, sabían que el primero que cometiera un error sería el desencadenador de algo que era inevitable. El zorro no alcanzaba a olerlo, ni a verlo, sabía en que dirección estaba, gastar energía no era buena idea, no se movió y siguió esperando, todo lo que pasaba en su mente era en no hacer ruido; se alcanzaba a oír todo; desde la hoja que caía al suelo para ser parte de la hojarasca, el corazón al palpitar de los colibrís y de su lengua succionando el néctar de las flores, el rio mas lejano se oía con la intensidad de una cascada, pero no el zorro y el conejo. Ellos estaban perdidos entre la inmensidad de sus propios cuerpos, sin verse se sentían. La pata del conejo apretó hacia una roca la mitad de una hoja y se rompió haciendo una abertura de casi dos milímetros; la persecución empezó; el zorro se lanzó por encima de la maleza, el conejo al verlo le pasó por abajo, el zorro en el aire cambió su dirección retorciéndose, parecía increíble, cuando el zorro estuvo en el suelo las patas se agazapaban lo mas posible hacia el piso, lo mismo hacía el conejo, sus cuerpos permanecían estáticos; con las cabezas y orejas afilándose como una flecha, mientras que sus patas parecían desaparecer mientras corrían. El conejo zigzagueaba, pero el zorro permanecía lo más recto posible, ambos corrían en la inclinaba pendiente del cerro, el zorro mordió la cola del conejo y este calló, el zorro tenía ganada la batalla, al regresar por su presa se dio un golpe en la pata y también callo, trató de reponerse en el aire pero le fue imposible, la pendiente era mas inclinada de lo que él había pensado, cuando alzó la cabeza y vio que el conejo continuaba corriendo, se le había escapado de nuevo. Su pata le cojeaba un poco, si no se le repone pronto será la muerte para el zorro, la zona en la que estaba olía a lobo, no era buena idea mantenerse ahí, pero puso la pata en el piso unas tres veces y ya no le dolía, el conejo se había ido, su olor lo tenía bien marcado, lo atraparía en tres días, así que tomo agua de un charco cercano y buscó un ratón, fue rápido y alcanzaría para atrapar al conejo, corrió tras él como si lo estuvieran persiguiendo, cuando la noche llegó se quedo a dormir en un tronco hueco, los lobos andaban por ahí, había identificado a la manada, por lo general cazan animales grandes y  es temporada de venado, pero los hambrientos “omegas”, que son los lobos de menor rango, persiguen  por su parte a pequeñas presas para no morirse de hambre, ya que son los únicos que comen después de que todos comieron.  Pero no hubo temor esa noche, la luna estaba oculta tras muchas nubes y todo era oscuridad, se escuchó como la manada cazó un animal y si el “omega” no estaba presente no le dejarían nada, el zorro pudo dormir tranquilo, durmió poco pero no demasiado para ir cansado y continuó su caza, el olor del conejo era intenso, se olía su temor, hubo avanzado bastante pero vio un poblado, el olor del conejo indicaba que había terminado en aquel lugar, el zorro, que es muy desconfiado y temeroso no supo qué hacer. Todavía no había amanecido. Una mujer tenía en su pecho al conejo, le había curado la cola y la pata, el conejo se sentía intranquilo pero la mujer lo acariciaba una y otra vez, el zorro observaba todo esto, continuo observando cada vez mas de cerca, la mujer llegó a su casa y la abrió, antes de que cerrara la puerta el conejo observó los ojos del zorro, su mirada era de decepción.
“La pena y la que no es pena llorona… todo es pena para mí”
La mujer cantaba y cantaba la canción, la cantaba en su lengua y en español, al conejo le gustaba, porque ella se la cantaba a él. El zorro se sentía triste y un poco envidioso, los miraba y de mirar nunca se cansaba. Un día la mujer fue al río, le había amarrado un lazo al conejo y lo amarró en un árbol, ella estaba desnuda, el zorro se acercó al conejo en un intento decidió comérselo, pero tenía que cruzar el rio, la mujer que se estaba bañando alcanzó a verlo, se dirigió al conejo y el zorro iba hacía él, la mujer era hermosa, desnuda con su cuerpo indígena asustó al zorro. Una marimba se oía a lo lejos, la mujer se acordó de su desnudez y se vistió, el zorro estaba sigiloso, viéndola a los ojos, ella no le daría al conejo, un caballo y un jinete se acercaron, después fueron mas y cada vez mas, todos con riata y sombrero, unos se bajaron y pusieron a la mujer en el piso, ella apretaba al conejo, un jinete acarició al conejo y le sonreía a la mujer, ella estaba asustada y el jinete la besaba, el conejo fue echo a un lado y el zorro corriendo lo atrapo y huyó, la mujer señaló al zorro y el jinete con su pistola lo mató. El conejo salía de sus fauces sin levantarse. El jinete dijo: “Cuando todos acabemos si quieres te llevas a tu conejo, lo cuidaremos, y a ti también”. El conejo continuaba sufriendo, el zorro había encajado sus dientes en él y este se desangraba. La mujer miraba a su conejo y el rio era hermoso

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